En 2009, la periodista Catalina Gayà Morlà conoció a Faisal, un marinero paquistaní que llevaba más de un año viviendo a bordo de un carguero abandonado en el puerto de Barcelona.
A raíz de aquel encuentro, Catalina emprendió un viaje para contar la existencia desesperada de aquellas tripulaciones que, en plena crisis, fueron abandonadas por sus empresas en los puertos, sin recursos para volver a sus países ni para alimentarse.
En los puertos de Barcelona, Estambul, Ceuta, Gibraltar, Civitavecchia y Suez, la periodista convivió con estos hombres derrotados, cuya vida fue devastada por el capitalismo más salvaje, y visitó sus barcos, siempre impregnados con la herrumbrosa pátina del abandono.
Catalina ha escogido un verso de Baudelaire para nombrar su viaje al abismo: "El mar es tu espejo".
El testimonio conmovedor que nos abre los ojos sobre une situación poco conocida
SOBRE LA AUTORA
Desde hace más de veintiún años, cuando empezó a trabajar como periodista, a Catalina Gayà Morlà no hay quien la separe de su mochila y de su libreta. En casi cada viaje, alguien la ha parado para leerle la mano, las cartas, los caracoles, la baraja egipcia o el café. Y, más o menos, siempre le han dicho que se reinventaría cada siete años. No siempre se ha cumplido el plazo, pero sí se ha reinventado muchas veces. Por ejemplo, cuando se convirtió en profesora universitaria de algo tan fascinante como Imaginarios Narrativos. O cuando se marchó a vivir a un pequeño pueblo de Mallorca. O cuando comenzó a dirigir un programa feminista en la radio pública de les Illes Balears. O ahora, que publica su segundo libro.
EXTRACTO
Faisal se quedó solo, a merced de la locura, en un barco que chirriaba de día y de noche. El Stratis II era un buque de carga, un hormiguero de pasillos largos, un colosal estómago de acero. Y aquella inmensidad amplificaba los efectos del ruido y de la soledad.
El buque de Faisal llevaba casi un año atracado en el puerto de Barcelona, inmóvil. Desde la cubierta, el marino observaba de qué manera los estibadores encajaban los contenedores. Durante años, había formado parte de ese mismo engranaje, sabía leer aquella realidad. Este puerto no era solo un atracadero. Le constaba que estaba repleto de vida, pero carecía de fuerzas para dialogar con ella. Se limitaba a observarla como un sonámbulo.
A raíz de aquel encuentro, Catalina emprendió un viaje para contar la existencia desesperada de aquellas tripulaciones que, en plena crisis, fueron abandonadas por sus empresas en los puertos, sin recursos para volver a sus países ni para alimentarse.
En los puertos de Barcelona, Estambul, Ceuta, Gibraltar, Civitavecchia y Suez, la periodista convivió con estos hombres derrotados, cuya vida fue devastada por el capitalismo más salvaje, y visitó sus barcos, siempre impregnados con la herrumbrosa pátina del abandono.
Catalina ha escogido un verso de Baudelaire para nombrar su viaje al abismo: "El mar es tu espejo".
El testimonio conmovedor que nos abre los ojos sobre une situación poco conocida
SOBRE LA AUTORA
Desde hace más de veintiún años, cuando empezó a trabajar como periodista, a Catalina Gayà Morlà no hay quien la separe de su mochila y de su libreta. En casi cada viaje, alguien la ha parado para leerle la mano, las cartas, los caracoles, la baraja egipcia o el café. Y, más o menos, siempre le han dicho que se reinventaría cada siete años. No siempre se ha cumplido el plazo, pero sí se ha reinventado muchas veces. Por ejemplo, cuando se convirtió en profesora universitaria de algo tan fascinante como Imaginarios Narrativos. O cuando se marchó a vivir a un pequeño pueblo de Mallorca. O cuando comenzó a dirigir un programa feminista en la radio pública de les Illes Balears. O ahora, que publica su segundo libro.
EXTRACTO
Faisal se quedó solo, a merced de la locura, en un barco que chirriaba de día y de noche. El Stratis II era un buque de carga, un hormiguero de pasillos largos, un colosal estómago de acero. Y aquella inmensidad amplificaba los efectos del ruido y de la soledad.
El buque de Faisal llevaba casi un año atracado en el puerto de Barcelona, inmóvil. Desde la cubierta, el marino observaba de qué manera los estibadores encajaban los contenedores. Durante años, había formado parte de ese mismo engranaje, sabía leer aquella realidad. Este puerto no era solo un atracadero. Le constaba que estaba repleto de vida, pero carecía de fuerzas para dialogar con ella. Se limitaba a observarla como un sonámbulo.