Las fantasías expresadas por analizantes guionistas y actores van a esbozar la problemática inconsciente que vamos a elaborar a lo largo de este libro. Sabemos a partir de la fórmula freudiana de la " Otra escena", todo lo que la cura psicoanalítica gana extrayendo del mundo del teatro su elucidación. Tanto como el autor, el analizante está obligado por la puesta en marcha de la "cura por la palabra" a componer el texto en el cual él debería ser a veces el actor, otras veces el director de escena y el instructor.
Estos guionistas-pacientes formulan a menudo, en cierto momento de la cura, el deseo de escribir una pieza teatral en la cual tendrían un papel "a medida". Manifiestan su intención, pero cada vez sobreviene la angustia de la muerte a la idea de encarnar a su propio personaje, impidiéndoles realizar este proyecto: pueden acabar la pieza con la sola condición de delegar la interpretación de su papel a un actor de quien ellos serían simplemente el instructor. Pero, mientras que el actor, frente a la mirada de los espectadores, hace realmente vivir al personaje sin correr el riesgo de morir, el analizante, escondido en el espacio del apuntador, se siente verdaderamente existir sólo por su voz, y por la mirada del director de escena, quien, sentado en la orquesta, dirige el conjunto (la mirada del analista supuesto "ver" de antemano sus intenciones inconscientes y saberlo todo respecto a su deseo). El analizante no puede comprometerse en la "representación", en la cual él es el único director de obra, sino delegando ese lugar a otro, ese doble radicalmente ajeno, encargado de representar en el teatro del "Yo", su propio papel.
Estos guionistas-pacientes formulan a menudo, en cierto momento de la cura, el deseo de escribir una pieza teatral en la cual tendrían un papel "a medida". Manifiestan su intención, pero cada vez sobreviene la angustia de la muerte a la idea de encarnar a su propio personaje, impidiéndoles realizar este proyecto: pueden acabar la pieza con la sola condición de delegar la interpretación de su papel a un actor de quien ellos serían simplemente el instructor. Pero, mientras que el actor, frente a la mirada de los espectadores, hace realmente vivir al personaje sin correr el riesgo de morir, el analizante, escondido en el espacio del apuntador, se siente verdaderamente existir sólo por su voz, y por la mirada del director de escena, quien, sentado en la orquesta, dirige el conjunto (la mirada del analista supuesto "ver" de antemano sus intenciones inconscientes y saberlo todo respecto a su deseo). El analizante no puede comprometerse en la "representación", en la cual él es el único director de obra, sino delegando ese lugar a otro, ese doble radicalmente ajeno, encargado de representar en el teatro del "Yo", su propio papel.
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