En los países que progresan existen intereses, posturas, clivajes ideológicos, paradigmas y opiniones diferentes. Incluso, cuando esas diferencias se manifiestan políticamente en estructuras bipartidistas, las naciones encuentran mecanismos de diálogo y formas de resolución de los conflictos, de tal manera de no erosionar el progreso social de largo plazo ni el bien común. Pensar distinto no anula la posibilidad de construir proyectos compartidos. En Argentina también existen opiniones y posturas diversas, que se manifiestan en un bicoalicionismo que se viene alternando el poder durante la última década. Sin embargo, la diferencia en las opiniones y las posturas inhibe la capacidad de lograr consensos para generar condiciones de desarrollo sostenible. Resolver los problemas más importantes de una nación es una tarea larga, ardua, inclusiva y que requiere incorporar las diferentes perspectivas en el diagnóstico y en la articulación de acuerdos. Pero, cuando no se quiere o no se sabe implementar estos procesos, la primera tentación es acudir a la grieta. ¿En qué consiste? En correr el problema que debe ser resuelto del centro del debate y, en su lugar, colocar un culpable, un chivo expiatorio. De este modo, la grieta es la excusa perfecta para no hacer nada y mantener un statu quo donde algunos pocos referentes políticos, sociales, sindicales, periodísticos, académicos y empresariales ganan en perjuicio del empobrecimiento colectivo.El negocio de la grieta, una respuesta a este constate mecanismo del ejercicio del poder, propone comenzar a construir acuerdos que hasta hoy parecían imposibles.
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