Empezó a soñar a lo grande durante el verano de las Olimpiadas de Barcelona. Sentada frente al televisor, se vio a sí misma participando en unos Juegos. Desde entonces, Lydia Valentín ha tenido que hacer frente a los contratiempos de un deporte minoritario y desconocido en España. Con una fuerza de voluntad inquebrantable y altas dosis de estoicismo, ha conseguido triunfar en una disciplina mayoritariamente masculina sin olvidar nunca sus orígenes ni los principios fundacionales del olimpismo. Lo ha ganado todo a su paso: tres medallas olímpicas, dos campeonatos mundiales y doce metales europeos. Convertida ya en leyenda viva de la halterofilia y referente indiscutible del deporte limpio, en estas memorias a corazón abierto nos descubre las claves de una vida consagrada al deporte, la intrahistoria de los escándalos de dopaje, el infierno de una lesión cuya gravedad mantuvo siempre en secreto y algunos consejos (lucha, confianza y pasión) para recorrer el camino del éxito. Desde que el mundo es mundo, las pruebas de fuerza han estado vinculadas a las virtudes del alma. Tres mil años antes de que el atletismo empezara a practicarse en la Antigua Grecia, la fascinación por el levantamiento de pesas ya era una práctica habitual entre los soldados de las antiguas dinastías chinas, lo que convierte a la halterofilia en uno de los deportes de más larga tradición. Todas las religiones y mitologías se han servido de las competiciones de fuerza para medir la capacidad física y mental de los mortales más valientes y sabios. Ya entonces las aspiraciones de estas primeras prácticas iban más allá de la mera exhibición de músculo. El cuerpo, al fin y al cabo, no era más que un medio limitado para alcanzar un estado superior de conciencia.
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