Todas las mujeres, en algún momento de nuestras vidas, nos parecemos a Laureana. Lo hemos sido, obligadas por las circunstancias y los prejuicios. Laureana escapa de la guerra cuando niña y crece al amparo de desconocidos; más tarde, decidida a elegir su destino, tendrá que lidiar con las consecuencias, entre ellas, la de encomendar sus días a la soledad de la Patagonia profunda. La joven deberá adaptarse a El Portento, una estancia dejada a la buena de Dios. El lugar y su condición de mujer le exigirán repensar sus días, acallar sus deseos, sostener el trabajo cotidiano y encontrar maneras de seguir viviendo. Chenqueniyen, el pueblo más cercano a la estancia, le ofrecerá la cultura de los pueblos originarios, la soledad que acarrean, los rituales y el idioma. Pero también le mostrará el amor, que, con diferentes rostros, la hará renegar de su destino.