El ritmo de la vida cotidiana no es tributario de la simple razón, ni esta última es la clave universal de todas las estructuras sociales, sino simplemente una de las formas en juego en la pluralidad de racionalidades existentes. Podemos con ello advertir, por un lado, los reflujos políticos actuales, el distanciamiento del pueblo de las instituciones, el declive de los saberes especializados de los intelectuales, etc., y por el otro, vislumbrar el advenimiento de las redes sociales, el regreso de las tribus, el reinado de los reality shows por televisión, la pululación de los cuerpos tatuados, adornados, decorados, perforados... ¿Es acaso una nueva barbarie? Todo lo contrario, pues es a través de los excesos, de aquellos desenvolvimientos sociales como se puede encontrar el ritmo de la vida en lo más profundo de nuestras vidas.