Adrián A. Aguilera A., de la Newman Society1 Contemplar el rostro de Cristo y contemplarlo con María es el “programa” permanente de la Iglesia, dicha contemplación se realiza ante todo en la Eucaristía, manantial y cumbre de la vida cristiana. La contemplación del rostro de Cristo tiene en María su modelo insuperable. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación de Jesús. La mirada de la Virgen acompaña los misterios de la vida del Redentor, desde la Encarnación hasta la gloriosa Resurrección, pasando por el escándalo de la cruz. Ella vivió mirando a Cristo, “guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc. 2, 51). María propone continuamente a los cristianos los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.