Confieso que los personajes me lo contaban, yo no preguntaba, solo escuchaba y escribía a regañadientes, trataba de evitarlo, no quería llorar ni reír, me sentía cansado, me escondía, pero siempre daban conmigo y, como por arte de magia, en mis manos aparecían el cuaderno de notas y la docena de lápices con los que registraba las historias que me relataban, pero ellos, testarudos, no dejaban de perseguirme con su gramática hablada, bien cargada de ronroneos onomatopéyicos; así que acepté escribir esta, mi segunda novela.
Carlos Esquivel.
Carlos Esquivel.
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