En el prólogo a "L'uso dei corpi", Giorgio Agamben retoma la figura de Guy Debord bajo la afectividad de una vida clandestina, o mejor, de una vida privada vivida como clandestina, una vida singular que rehúye y resiste las formas de la legalidad y de lo público. Acertada afectividad para nombrar al cabecilla de los situacionistas que han sabido ensanchar el umbral entre el adentro y el afuera. Adentro y afuera del museo, de la habitabilidad, del mundo espectacular y de la resistencia, de lo legal y de lo ilegal, del arte y de la política. El situacionismo es menos el tema de este libro que un ejemplo, una suerte de excusa privilegiada para abordar el problema de la relación entre arte y política. Centro de una genealogía imaginaria para el arte de la segunda mitad del siglo XX, el situacionismo abre la pregunta por la posibilidad misma del arte en el contexto de la posguerra, cuestiona la plena integración de la imagen en el capitalismo avanzado, problematiza los viejos tópicos de la vanguardia clásica y expresa el rechazo al conformismo en el que el arte moderno parecía sumergirse. Ejemplo ejemplar, que en su singularidad vale por cualquiera, tensado en los extremos de la ingenuidad y la revolución, se convierte en campo fértil para repensar la situación de estas relaciones hoy.