Paralelo a la jornada del águila, los aztecas también intentan cumplir con un mandato divino: el de salir en busca de un águila dorada devorando a una serpiente sobre un nopal. Lugar mismo donde edificarían la gran Tenochtitlan. Ambos sabían que la jornada sería de vida o muerte, pero estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para complacer a los dioses, pues de no hacerlo serían condenados para siempre.
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