El libro que tiene el lector en sus manos es un ensayo de filosofía de la educación de evidentes resonancias proustianas. Un libro que no habría podido escribirse si el autor del mismo no hubiese pasado largas horas sumergido en el periplo narrativo de Marcel Proust À la recherche du temps perdu, si no se hubiese enfrascado en Los Ensayos de Montaigne, en los Diarios y los poemas de Alejandra Pizarnik, y si no se hubiese adentrado en el extraño universo de Fernand Deligny, todos ellos escritores y, cada uno a su manera, guías y educadores del autor de este libro. En busca de una educación perdida tiene algo de autobiografía intelectual (es un viaje hacia el interior de la propia formación filosófica), pero también pretende pensar intempestivamente –entre la filosofía, la literatura y la pedagogía– el modo como hoy es pensada la educación en nuestras sociedades del aprendizaje, incapaz de considerarla ya como una impredecible y desbordante experiencia de formación. Lo que aquí se propone, entonces, es un viaje, hacia dentro y hacia fuera, un viaje que ha revelado algunas verdades que estaban ocultas y que el autor de este libro no imaginaba poder encontrarse. Un recorrido, en fin, que trata de pensar la filosofía como una actividad educativa que busca armonizar un arte de la existencia, entendida, a la vez, como un logro filosófico, estético y literario.