La apariencia física encierra uno de los problemas filosóficos más relevantes y poco discutidos por la filosofía contemporánea. Este ensayo defiende que la apariencia física es una cuestión filosófica porque constituye un problema moral, pues de ella depende la construcción material del sujeto ético. El sujeto inicia su relación ética consigo mismo y con los otros por medio del cuidado, consciente o inconsciente, de su apariencia externa. Además, la apariencia física es un asunto abiertamente político, ya que la política contemporánea es una expresión de las nuevas formas de aparición y desaparición. La política depende cada vez más de las formas de exposición, de los modos vestimentarios, de los sujetos construidos cosméticamente en un afán por hacer visibles sus propios cuerpos. La piel, el género y el rostro son hoy los vértices articuladores de las demandas políticas. Por último, la apariencia, la vestimenta o el estilo representan una de las formas de estetización más democrática de la vida contemporánea. La elección de cualquier objeto, incluso una apreciación epistémica o metafísica, pasa previamente por un criterio estético de selección. Por consiguiente, las tres dimensiones de la apariencia física —ética, política y estética— constituyen el núcleo filosófico de la cosmética: la producción del sujeto mediante estrategias cosméticas que prueban que el ser es superficie, que la esencia es la apariencia.