El militarismo no llega un día y se apodera de todo sin previo aviso: solo se adueña de una sociedad si se va consolidando de forma gradual. Y en cada paso de este proceso hay un elemento de género. En otras palabras, cada paso por el que se alimentan las ideas, los incentivos y las relaciones militarizadas depende de una determinada noción (reducida) de lo que es un «hombre de verdad», o (distorsionada) de lo que es una «buena mujer». Se puede resistir la militarización, se puede incluso revertirla, pero para ello es necesario arrojar una luz brillante y crítica sobre las operaciones cotidianas del patriarcado, y es necesario prestar atención a la vida diaria y a las relaciones íntimas. Éstas constituyen el verdadero núcleo de la vida política. ¿Por qué algunas mujeres jóvenes se sienten cautivadas por los hombres que visten de uniforme? ¿Están todas las madres, independientemente de cuál sea su origen étnico o racial, orgullosas de que sus hijos sirvan en los ejércitos? ¿Cómo hacen los gobiernos para que las mujeres de los militares se mantengan calladas? ¿Se pueden militarizar los derechos LGTBQ? ¿Consiguen las mujeres combatientes al empuñar las armas en nombre de la justicia social que el sexismo retroceda? ¿A quién le entra en la cabeza que los veteranos del ejército puedan ser los mayores defensores de la paz? ¿Qué nos pueden enseñar las mujeres que trabajan en las discotecas y prostíbulos cercanos a las bases militares sobre las masculinidades militarizadas? A estas y otras preguntas responde la autora en un texto de lectura obligada, no sólo para los y las interesadas en el feminismo, sino para los y las estudiosas de la seguridad, el conflicto y la paz, las relaciones internacionales y la geopolítica.
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