Comprobó, por enésima vez, el nombre del pueblo en el mapa, Marperdida. Sí, Marperdida existía, pero no sabía dónde. Desconocía el número de kilómetros que había recorrido que, sin lugar a dudas, habían sido muchos y estuvo tentado de abandonar, pero siguió el camino que indicaba el mapa de carreteras.
Después de casi diez horas en coche, vio fugazmente un cartel de madera, con el nombre carcomido del pueblo que andaba buscando. Frenó en seco, dio marcha atrás y cogió la carretera que lo llevaba al pueblo.
Al llegar, comprobó que parecía abandonado, como si sus habitantes hubieran salido huyendo por alguna razón que él desconocía.
Parado en medio del pueblo, cogió la orden de trabajo, buscó la dirección y leyó en voz alta: Atacama, S/N.
Después de casi diez horas en coche, vio fugazmente un cartel de madera, con el nombre carcomido del pueblo que andaba buscando. Frenó en seco, dio marcha atrás y cogió la carretera que lo llevaba al pueblo.
Al llegar, comprobó que parecía abandonado, como si sus habitantes hubieran salido huyendo por alguna razón que él desconocía.
Parado en medio del pueblo, cogió la orden de trabajo, buscó la dirección y leyó en voz alta: Atacama, S/N.
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