Cuando Màrius Carol empezó en el periodismo en la vieja redacción de El Noticiero Universal, el humo del tabaco nublaba los ojos, el tecleo de las máquinas de escribir (y del teletipo) martillaba el cerebro y los montones de papeles impedían ver el rostro del periodista de la mesa de enfrente. Hoy las redacciones son limpias, silenciosas y están desapareciendo los papeles de las mesas. Es más, durante el confinamiento, ni siquiera había periodistas y el diario no faltó ni un solo día a su cita con los lectores. El periodismo no es lo que era. Pero el hecho de ser distinto no lo hace menos necesario. Al contrario, como decía la campaña de publicidad de The New York Times tras el triunfo de Trump, en nuestros días "la verdad es más necesaria que nunca". En las páginas de este libro, el lector encontrará historias del periodismo. O para ser más precisos, vivencias de los periodistas, a los que el autor, con cariño, llama la canallesca. Así, el lector conocerá cómo un subdirector toreaba con un ejemplar desplegado de El Ciero una Olivetti sobre el carro de ruedas con la que embestía el jefe de compaginación, sabrá quién fue el último de Filipinas que se resistió a cambiar su máquina de escribir por un ordenador en La Vanguardia o cómo un corrector automático estuvo a punto de crear un conflicto diplomático con la embajada rusa. Y descubrirá pequeñas y grandes heroicidades de profesionales que se jugaron el tipo en el ejercicio de una profesión de la que Vázquez Montalbán dijo, un día lejano, que aglutinaba a supermanes y oficinistas, a políticos y a campeones del juego de los chinos. Lo que sigue siendo en parte válido (si bien nadie juega ya a los chinos), aunque hoy en el periodismo resulte más necesario un SEO (Search Engine Optimization) que un bolígrafo.
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