"Ya hay una nueva generación que trae la calle, la gran ciudad, la esquina, el dialecto, las tribus urbanas, la vida..." Con estas palabras saludaba Francisco Umbral, un escritor que siempre tuvo muy buen oído para el runrún de la modernidad, la llegada al mundo literario de José Ángel Mañas y su "Historias del Kronen". Finalista del Premio Nadal 1994, la primera novela de Mañas une, a sus cualidades narrativas propias, el hecho de haber abierto la puerta para una forma nueva, fresca y diferente de escribir que enseguida desbancó al realismo social que imperaba entre nuestros escritores y que ciertamente había quedado encerrado en sí mismo. Los nuevos autores, de lecturas modernas, de referentes anglosajones, de estilos más acordes con el mundo que estaba eclosionando, habían comenzado a llamar tímidamente a la puerta; hubo de ser esta novela, Historias del Kronen, la que de un empujón acabara por echarla abajo, dejando entrar tras sí al modo de narrar que hoy consideramos moderno.
La novela de Mañas hubiera quedado, sin embargo, como una simple anécdota literaria si no fuera porque, aparte de su valor, podría decirse, sociológico, se trata de una obra que se defiende por sí misma. Una historia que se proyecta más allá de su momento histórico y efímero para convertirse en una crónica atemporal de la soledad, de la frustración, del miedo a crecer, de cómo los traumas que laten al fondo de nosotros pueden surgir en el momento más inesperado en forma de violencia extrema. Los jóvenes de Mañas, los chavales del Kronen, los adolescentes que pululan por estas páginas y por aquel Madrid de los noventa, son las mismas figuras asustadas y perdidas que siempre han existido y siempre existirán: jóvenes que se hacen los duros porque sencillamente están aterrorizados ante la responsabilidad de vivir.
Todo hemos sido jóvenes y todos, de alguna manera, podemos identificarnos con los personajes de esta novela, con su mundo interior ocultado y prohibido. Esta capacidad de empatizar que tuvo en su día, y de manera fulgurante, Historias del Kronen, y que aún conserva pese al tiempo transcurrido, es lo que hace de ella una novela, primero, necesaria para quienes nos tocó de cerca y aún estamos intentando descifrar nuestra época, y muy recomendable para quienes vengan detrás y quieran encontrarse con unos personajes vivos, en torno a unos ambientes excepcionalmente descritos, y contra el fondo de una historia que parece llana y sencilla pero que esconde una profundidad de abismo.
La novela de Mañas hubiera quedado, sin embargo, como una simple anécdota literaria si no fuera porque, aparte de su valor, podría decirse, sociológico, se trata de una obra que se defiende por sí misma. Una historia que se proyecta más allá de su momento histórico y efímero para convertirse en una crónica atemporal de la soledad, de la frustración, del miedo a crecer, de cómo los traumas que laten al fondo de nosotros pueden surgir en el momento más inesperado en forma de violencia extrema. Los jóvenes de Mañas, los chavales del Kronen, los adolescentes que pululan por estas páginas y por aquel Madrid de los noventa, son las mismas figuras asustadas y perdidas que siempre han existido y siempre existirán: jóvenes que se hacen los duros porque sencillamente están aterrorizados ante la responsabilidad de vivir.
Todo hemos sido jóvenes y todos, de alguna manera, podemos identificarnos con los personajes de esta novela, con su mundo interior ocultado y prohibido. Esta capacidad de empatizar que tuvo en su día, y de manera fulgurante, Historias del Kronen, y que aún conserva pese al tiempo transcurrido, es lo que hace de ella una novela, primero, necesaria para quienes nos tocó de cerca y aún estamos intentando descifrar nuestra época, y muy recomendable para quienes vengan detrás y quieran encontrarse con unos personajes vivos, en torno a unos ambientes excepcionalmente descritos, y contra el fondo de una historia que parece llana y sencilla pero que esconde una profundidad de abismo.
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