La cultura política que hoy da fundamento a nuestro sistema democrático debe muchos de sus rasgos a la peculiar manera en que hicimos la transición, con aquella específica combinación de rupturas y pactos. Pero también, sin ninguna duda, a la impronta que dejaron las últimas décadas de un régimen dictatorial, que perdía inexorablemente capacidad de reproducir los consensos básicos imprescindibles para todo sistema político. Esos consensos se resumen en lo que viene llamándose la cultura política, es decir, el entramado de actitudes, creencias y saberes de los ciudadanos acerca del sistema político. El franquismo, sin embargo, no logró nunca generar una única cultura autoritaria que encuadrara a toda la población. Mediante la represión sostenida y minuciosa de toda discrepancia intentó siempre ocultar el hecho de que otra cultura política, antagónica y democrática, subsistía y se desarrollaba en conexión con los movimientos sociales y políticos de la oposición.
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