En un perfecto círculo rojizo se apagan los fuegos que iluminaron el día, el horizonte de árboles que contornean las cimas de las montañas parece esconder tras su límite, un bosque indefinido que arde en los espejismos del atardecer. Las llamas que se reflejan en las nubes con formas caprichosas, dibujan en ellas con suave trazo de tímidos bostezos de viento, estilizadas formas, que ahora se tiñen de los colores del bosque, del fuego, del azul de los últimos escenarios del atardecer. Todo aparece engalanado para unirse en la profundidad noche… Y celebrar así, el día que pasó, el que vendrá, los que vendrán después, y los años, los siglos, el tiemplo incontable de historias infinitas. Pero inexorable emerge desde la paz del anochecer, el contador atemporal de historias; el espléndido disco nacarado que nace tras las mismas montañas ascendiendo pausadamente en el cielo, crea en su ambiente la mezcla del frescor del cosmos que le sostiene, y la humedad que parece emanar de su mirada. Lágrimas de felicidad se descuelgan y se atomizan en la confiada caída al reencontrar calidez y ternura en la tierra sedienta, que besan cuasi de madrugada. La magia de la transformación del día y de la noche, de la simplicidad de las cosas, y el encanto profundo de poder cambiar en la propia contemplación del escenario, en el que todo aparece y se extingue, con la paralela transformación de nuestro corazón iluminado, que se llena de colores, engalanado para descubrir tras las sombras nuestros atávicos miedos e inseguridades, nuestras vanidades y orgullo. El embrujo de la noche, nos puede ayudar con consciencia de ello, a cambiar los dictados del ego y pasear por nuestro bosque interior sin temores. Mientras esto sucede, las montañas en el fondo del decorado vivo de los días, y las noches, mantienen su silencio, su quietud. Pero si en un lúcido imaginario, las colocamos en primer plano, sucede el milagro—Aparecen incontables caminos hacia ellas, qué si transitas con constancia en lo que parece su superficie, y habitas retirándote a la profundidad de sus cuevas, te permitirán entrar en el espíritu vivo de las montañas, en su corazón que también late, y en la sabiduría primordial del mundo y el universo. Este libro habla de algunos de esos tránsitos, y algunas aparentes magias, que en su sencillez transforman el corazón y la mirada, para así ver la Clara Luz que envuelve todos los paisajes.