Uno viene al mundo para crear, innovar, emprender (¡eso nos dicen los expertos y el mercado!) y esos humanos son los indispensables. Pero cuando uno no puede crear se convierte en experto o profesor para explicar o pensar lo que otros crean, innovan, emprenden. Y si no pudo ser ni creador, ni experto, ni profesor deviene crítico (o sea, gorrón del sistema) que busca decir algo con sentido sobre lo que otros crean, opinan o piensan. Y como cada vez hay más creadores, innovadores, emprendedores, expertos y profesores... pues quedan menos críticos. Y como en el siglo xxi hay que tener buena onda, ser divertido, creer en lo positivo que reinventa el sujeto en perspectivas de las nuevas eras y las prácticas del cuidado del cuerpo sano y correcto... no hay que ser crítico. Y como los medios de comunicación han abandonado los contenidos de calidad para convertirse en actores políticos y agencias de relaciones públicas... los críticos espantan negocios y amistades con los poderosos, por lo tanto, no hay espacio para los críticos. Mejor dicho, los críticos andan en la mala: nadie los necesita ni los quiere. Este librito que está comenzando a leer es, entonces, sobre una especie humanista en vías de extinción: los críticos.
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