En el anterior volumen la cuestión del tiempo en algunos pensadores clásicos y modernos fue presentada como dificultad o ardid que impide la mutua mediación entre la teoría y la acción, y las consideraciones volcadas en su introducción son plenamente pertinentes en esta segunda reflexión, en la que se vuelve sobre el mismo problema a propósito de algunos pensadores contemporáneos representativos. La idea ya esbozada es simple aunque algo contraintuitiva: la teoría elude el punto de vista moral inherente a la acción colectiva, adoptando una perspectiva exterior al plazo dentro del cual es posible la remoción de asimetrías históricas. El emplazamiento, que surge como resultado inintencionado pero vinculante de la coherencia pragmática con reglas de justicia procesal inmanentes a una acción intencional autónoma, constituye un lapso más o menos preciso que se evita teóricamente porque al establecer no sólo la posibilidad de actuar con continuidad sino también el criterio de racionalidad para la toma de decisiones, delimita independientemente los intereses del teórico. Por esta razón ha dominado la idea de un tiempo indeterminado e infinitamente fluyente, un contínuo que ha sido el trasfondo de un pensamiento que, en lugar de concentrarse en los potenciales democráticos de un tiempo emplazante, o en las operaciones cognitivas orientadas a mantener bajo control los costos decisorios que consumen tiempo y constituyen la inversa del plazo disponible, se vuelca a explicar o a prescribir acontecimientos de acuerdo a mecanismos ciegos e involuntarios de "mano invisible", una maniobra que lo autoexcluye del punto de vista moral para luego poder definir por su cuenta cuáles son o deberían ser los intereses de la acción.