"El cerebro del enterrador giraba en un torbellino con la rapidez del movimiento que estaba contemplando y las piernas se le tambaleaban mientras los espíritus volaban delante de sus ojos, hasta que el duende rey, lanzándose repentinamente hacia él, le puso una mano en el cuello y se hundió con él en la tierra."Gabriel Grubb no era un hombre alegre. Era un hombre solitario, de humor agrio y vista venenosa, tal que con solo mirarlo, uno quedaría con el alma helada. Gabriel odiaba la alegría, y nochebuena era la máxima expresión de lo que él no podía soportar. Para alejarse de las risas, cantos y chistes de los niños del pueblo, que salían a celebrar esta ocasión de amor familiar y amistades, se fue a su santuario. El cementerio, el lugar donde los cuerpos van a descansar, callados para siempre, es donde Gabriel encontraba tranquilidad, y acompañado de su pala y su botella de mimbre, se puso a trabajar.Nunca hubiese esperado encontrarse a un duende sentado a su lado, y con lo que dicho duende tenía planeado, sería por siempre un hombre cambiado.-
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