La ira se expresa mediante rasgos somáticos y psíquicos que podemos observar fácilmente en nosotros mismos y en los demás. Siempre tiene un sabor amargo, comporta sufrimiento en el alma y, si es recurrente, hasta en el cuerpo, porque desemboca en úlcera o hipertensión. Siempre a nivel físico, presenta múltiples síntomas: agitación motora, aceleración del ritmo cardíaco, tensión de músculos del cuello, dilatación de las pupilas, ojos desorbitados y relampagueantes, vista ofuscada, rostro cárdeno (o pálido, señal de la más peligrosa de las iras), lengua que se trabuca (o, como decía Gregorio Magno, «escupe maldiciones como flechas»), saliva ácida y salada, rechinar de dientes, voz alta, ronca y amenazadora.
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