Que las vacas se hagan liposucciones es cosa de todos los días, es moneda corriente en un mundo donde los espejos dictan las normas y leyes, pero que con la grasa que les quitan creen moldes de bebés, y tengan que verse afectadas por el ritual de la "famosa bienvenida", además del hecho de coleccionar sapos y ranas en la panza, conforma una extraña afición por responder a los cánones de belleza enfermizos. Desde que una vaca nace debe darle la bienvenida, debe gritar con todas sus fuerzas: "Bienvenida culpa". Sin embargo, la protagonista no entiende por qué ellas deben vivir en corrales, por qué las gacelas, estilizadas y esbeltas pueden recorrer shoppings y pasarelas. No entiende por qué las vacas no pueden salir de esa etiqueta que les han adherido a la existencia, con millones de eufemismos que las condenan. No entiende, especialmente, por qué las vacas no pueden volar, si según ella el peso es solo un recordatorio que el alma inventa para no desaparecer en un planeta de superficialidad. Es ahí cuando se propone volar, despegarse del suelo, del límite que le impusieron, mientras crea lazos con el molde del bebé que está creando, mientras siente a su propia grasa escaparse del cuerpo, mientras se somete una y otra vez, al avance y retroceso, a liposucciones que la harán más bonita, y sobre todo, más propicia para ser aceptada y querida.