«Si un engaño puede materializarse es porque siempre hay alguien dispuesto a creer». Es la primera ley de la mentira, y los impostores que se pasean por estas páginas lo saben a la perfección. Porque solo alguien entregado de antemano puede aceptar que un desconocido le venda la torre Eiffel. O que la Luna está plagada de seres estrambóticos. O que un pobre infeliz de la Alemania del Este le pasa a un coleccionista del otro lado del muro los diarios perdidos de Hitler. O que tras la apetitosa apariencia de una hamburguesa se oculta Satán. Marta Fernández nos ofrece un muestrario de historias en las que el engaño se eleva a obra de arte, y ante las que solo podemos reaccionar como cuando nos sentamos en una sala de cine, convencidos de la verdad de lo que vemos. Nos maravillamos, nos divertimos, nos emocionamos, nos preguntamos una y otra vez cómo es posible dejarse embaucar por tan increíbles patrañas. Y, quién sabe, quizá empezaremos a mirar de otra forma un mundo en el que las mentiras son más hermosas que la realidad de la vida. Lee este libro solo si quieres descubrir que las historias que más nos fascinan lo hacen porque son mentira. Las mentiras del terror apoderándose de las calles de Manhattan no fueron un invento de Orson Welles. «Soy neoyorquino, el miedo es mi vida», dice uno de los personajes del musical Rent. Nueva York es una presa fácil para el engaño: hace falta una enorme dosis de credulidad para vivir en esa ciudad. ¿Quién podría aceptar que Mary Shelley guardaba en una cajita con la que viajaba el corazón de su difunto esposo? ¿Quién que Pedro I el Grande mandó colocar en su dormitorio, en un tarro de cristal, la cabeza decapitada del desafortunado amante de su esposa?
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