La rabia se abre como una trampa de oso, una peligrosa dentadura abierta al infortunio o al descuido. A veces la literatura nos tiende estas trampas, las de mirar desde los peores ojos del mundo: los de la inocencia perdida. Los cuentos de Karla Sterloff confunden. Son rabiosos, pero calmos. Lo que se retrata es un estado interior. Un poético ajuste de cuentas con ese pasado que ha dejado tan a la intemperie a los indefensos.
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