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La historia sucede en una región imaginaria, cuyos habitantes estaban siendo afectados por una terrible pandemia, “la Muerte Roja”, que se caracterizaba, aparte de por la velocidad con la que infectaba a las víctimas, por la gran cantidad de sangre que perdían los que la sufrían. Pero esto no le importaba mucho al príncipe Próspero, gobernador de este reino, quien decidió refugiarse, con sus amigos y cortesanos en una abadía fortificada. Aislados y ajenos a lo que ocurría en el mundo exterior, Próspero abasteció a la abadía con todo tipo de diversiones, desde bufones, músicos y bailarines a…mehr

Produktbeschreibung
La historia sucede en una región imaginaria, cuyos habitantes estaban siendo afectados por una terrible pandemia, “la Muerte Roja”, que se caracterizaba, aparte de por la velocidad con la que infectaba a las víctimas, por la gran cantidad de sangre que perdían los que la sufrían. Pero esto no le importaba mucho al príncipe Próspero, gobernador de este reino, quien decidió refugiarse, con sus amigos y cortesanos en una abadía fortificada. Aislados y ajenos a lo que ocurría en el mundo exterior, Próspero abasteció a la abadía con todo tipo de diversiones, desde bufones, músicos y bailarines a abundante comida y vino. Tras seis meses de aislamiento, Próspero decidió organizar un baile de máscaras en su extravagante abadía. Hizo uso de los siete salones en hilera de los que dispone el recinto, sólo que, a diferencia de lo que ocurre en los palacios, en los que los salones constituyen largas perspectivas en línea recta, dejando que la mirada atraviese sin obstáculo todas las estancias hasta el fondo cuando las puertas están abiertas, las de la abadía estaban colocadas de una manera irregular, pudiéndose ver sólo una sala cada vez, sin perspectiva. Estos salones tenían dos ventanas góticas a los lados con vidrieras de color que armonizaban con el color dominante de la sala: el primero tenía vidrieras de un azul vivo y la decoración de la sala también lo era, las del segundo eran púrpuras, la sala también, el tercero era verde, el cuarto naranja, el quinto blanco y el sexto violeta. A esto se añadía que los salones no tenían luz natural, sino que estaban iluminados por unos braseros colocados justo delante de las ventanas. La norma se interrumpía con el séptimo, forrado con telas negras cuyas ventanas eran de un color rojo escarlata. La iluminación y la combinación de los colores en este salón creaban unas sombras fantásticas y siniestras, tanto que nadie se atrevía a entrar en el cuando caía la noche.