No siempre nos resulta fácil hablar de nuestras pérdidas, de nuestras muertes y duelos. Muchas veces, necesitamos una mano amiga que nos acompañe a recorrer semejantes caminos. Si bien la muerte es un desafío personal, también es cierto que no podemos enfrentarlo solos; necesitamos de los hermanos para adentrarnos en semejante espesura. Siempre, de una o de otra forma, estaremos en una situación de pérdida y de muerte, más o menos simbólica.
La vida va siendo un itinerario de bienvenidas y despedidas. Las primeras las deseamos; las segundas pretendemos eliminarlas.
Sin embargo, siguen allí, con todo su peso. Y, muchas veces, esas despedidas son irreversibles y definitivas. Hay pérdidas que, si bien son dolorosas, forman parte de nuestro crecimiento. Y a cada pérdida le corresponderá un duelo, es decir, un tiempo de aceptación e integración de lo perdido a la nueva vida.
Y esta mano amiga que les tiendo en este libro no será una guía sino una compañía. Es una mano hermana y no docente. No pretendo llevarlos porque no tengo autoridad para ello, sino acompañarlos a donde cada uno quiera y pueda ir. La mía será, además, una mano creyente y cristiana; y, por eso mismo, humana. Ofrezco mis manos que han recibido y han despedido muchas vidas; que han bautizado y que han sepultado; manos que han secado muchas lágrimas: ajenas y propias.
La vida va siendo un itinerario de bienvenidas y despedidas. Las primeras las deseamos; las segundas pretendemos eliminarlas.
Sin embargo, siguen allí, con todo su peso. Y, muchas veces, esas despedidas son irreversibles y definitivas. Hay pérdidas que, si bien son dolorosas, forman parte de nuestro crecimiento. Y a cada pérdida le corresponderá un duelo, es decir, un tiempo de aceptación e integración de lo perdido a la nueva vida.
Y esta mano amiga que les tiendo en este libro no será una guía sino una compañía. Es una mano hermana y no docente. No pretendo llevarlos porque no tengo autoridad para ello, sino acompañarlos a donde cada uno quiera y pueda ir. La mía será, además, una mano creyente y cristiana; y, por eso mismo, humana. Ofrezco mis manos que han recibido y han despedido muchas vidas; que han bautizado y que han sepultado; manos que han secado muchas lágrimas: ajenas y propias.
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