El objetivo de este libro no es estudiar la historia de la composición ni de la producción de ópera en México; más bien, se trata de explorar las prácticas, las normas y las identidades que se tejían en torno a este espectáculo en la Ciudad de México de mediados del siglo XIX. Y es que, según sugiere la multitud de referencias operísticas que salpican toda la producción literaria y periodística del México de la época, la ópera era mucho más que una forma de entretenimiento: era un productor de códigos y significados culturales, e incluso políticos, compartidos por amplios sectores sociales. Y, sin embargo, es un tema que ha recibido muy poca atención por parte de la historia social y cultural. Según se argumenta, durante el convulso siglo XIX, la ópera desempeñó un papel central en el proceso de construcción de nociones clave para el imaginario político mexicano, tales como nación, modernidad y, muy particularmente, civilización. Las distintas representaciones generadas en la época sugieren que la ópera era una forma artística asociada más con el progreso que con la tradición, más con lo moderno que con lo clásico, más con los valores liberales que con los conservadores, más con los jóvenes que con los viejos, más con la burguesía que con cualquier otra clase social. Los códigos que normaban el mundo de la ópera, siempre sujetos a los caprichos de la moda, cambiaban con una velocidad vertiginosa y tenían, por lo tanto, la capacidad de adaptarse a los valores morales y políticos de cada momento histórico. Para quienes iban a ver y a hacerse ver en una función operística, ésta era una actividad cargada de presente.