¿Es que acaso nadie pensó en asesinar a Perón? ¿Qué cara, que origen, que móviles tendría ese potencial asesino? Un personaje camaleónico, una especie de Zelig, aunque nada simpático, por cierto. La Sombra del General, de Leonardo Killian, es una novela visual, se puede mirar, se puede leer como un guion atrapante cinematográfico. El montaje teje piezas documentales con ficción y una cámara subjetiva que cambia de narrador al ritmo de la música. Una música que navega del jazz a las marchas fascistas, del blues a los cánticos juveniles de los años setenta, del beat al tango melancólico. Esa música suena de fondo. La sombra del General es un relato donde ficción e historia se funden. Una historia en blanco y negro con pocos grises termina siendo una historia negra. Un thriller político que el montajista hiló tan caprichosamente como suele ser la historia; la historia de la Argentina real, que en aquellos años fue tan cruel como heroica. Como la de una novela negra contada desde la derrota. Porque ¿quién dijo que la historia de un fracaso no puede ser una buena historia o una buena película? La novela de Leonardo Killian es una invitación a tomar asiento en la butaca, esperar a que se apague la luz y se encienda el proyector. En la pantalla aparecerá una sombra pesada, tan oscura como cualquier sombra: la sombra del General. "Los que andamos en el (casi siempre mezquino) oficio de leer literatura con patente de corso pocas veces nos topamos con novelas como esta. Killian sabe narrar. Vaya si sabe. En primer lugar: La sombra del General comienza a leerse cuando se levanta la vista de la página final. Y desde ahí y sin detenerse a respirar conduce al lector a repetir el estertor de lo narrado. Qué contar y cómo hacerlo son parte del mismo proceso y el resultado es la confirmación de que literatura y política son actores del gran drama de los argentinos, intersecciones de un escenario histórico sujeto a reglas de repetición, ciclos de continuidad y discontinuidad, de fuerzas en movimiento sin reposo, en conflicto permanente. Killian escribe esta historia instalándola en una narración con marcas de experiencia, de tránsito por diversos géneros, de oficio de contador. Porque La sombra del General es una novela de síntesis en varios sentidos. En la historia de la literatura argentina pocas plumas se le han animado al concepto de alta cultura y al lugar común incuestionable de que existe una lengua pura e inmaculada que la escribe. Pienso en tipos como Arlt, Macedonio, Marechal, Walsh. Con matices y cada uno a su modo dando estilos divergentes, la concibieron polifacética: hicieron trizas las divisiones génericas, utilizaron registros de las lenguas de las mayorías sociales, incluyeron discursividades y géneros textuales vinculados a lo popular negados para la literatura: el periodismo, el cine, el radioteatro, el folletín, el tango, el teatro... sintetizaron objetos culturales, lenguas, géneros disímiles en términos ideólogos (lo alto y lo bajo, señalan los liberales, o sea, la Cultura y la cultura popular, o no cultura). A secas, hicieron trastabillar el monopolio de la letra oligárquica, cuestionando radicalmente los límites de la literatura que convivió de una vez y para siempre con la pretensión de expandir sus fronteras y, cuanto más, de abandonar sus territorios en el hacer del violento oficio de escribir" (Iciar Recalde).