América requiere de la obra de fundación. América necesita conocerse, sustentarse. Junto a la corriente rica de la ficción, las obras de testimonio deben ir de la mano, rescatando, escudriñando la enmarañada realidad latinoamericana. Es una búsqueda fatigosa pero inevitable. La vida real, como escribió Gabriel García Márquez: «... es la novela de las nostalgias enfrentadas. El drama humano de querer estar siempre en otra parte sin dejar de estar nunca donde estamos. Es decir: la desolación de haber llegado para no estar al fin en ninguna parte. Los latinoamericanos, con razón o sin ella, sin quererlo o queriéndolo, hemos sido al mismo tiempo promotores y víctimas de este amargo y prodigioso destino de espejos paralelos. Miguel Barnet nos lo ha demostrado con la complicidad ardiente de la vida real: todos somos Julián Mesa, el doble nostálgico de esta novela ejemplar». La vida real nos muestra el corazón del hombre. De ese hombre que la historiografía colonial marcó con el signo de un fatalismo proverbial, inscribiéndolo entre «la gente sin historia».
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