Con la claridad y la lucidez que lo caracterizan, Dardo Scavino se remonta a las fuentes de la idea de juventud para reconstruir los orígenes del sujeto moderno. Desde el Iluminismo hasta el positivismo del siglo XIX, se pensó el progreso de la humanidad como la maduración gradual de una persona, que debía ser guiada por la autoridad hasta la edad de las luces. Y en esa línea, el progresismo resulta inseparable de alguna forma de imperialismo. Pero para otros, como Alberdi o Echeverría, la juventud no era un asunto de maduración, sino de regeneración, una generación nueva que viene a terminar y reemplazar un modo de vida vetusto. Scavino realiza una genealogía del culto de la juventud, para hacer foco en aquel que nace hacia fines del siglo XX, con el surgimiento de una visión de la historia desnaturalizada, no teleológica y no progresista: la edad se establece como un dato biológico y una construcción cultural que varía según el momento histórico y el lugar, y con ello surge el culto de la juventud como una crítica de la majoritas: frente al sujeto ilustrado, el sujeto histórico moderno surge como un sujeto minoritario. Una reflexión aguda que repasa y renueva los argumentos de una discusión política tan fascinante como pertinente, de cara a un escenario donde las cuestiones del hombre nuevo y de la producción del hombre por el hombre que apasionaron al siglo xx parecerían haberse desplazado al terreno de la ciencia y de la ingeniería genética.
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