La fama de Holmes creció de tal manera que a Conan Doyle llegó a hacérsele insoportable. Y decidió asesinarlo. En El problema final, sobrio y conmovedor relato, en el que de modo extraordinario se trasluce la ternura de Holmes a través de su proverbial impasibilidad, asistimos a la desaparición del detective. Pero fueron tantas y tan violentas las protestas de los lectores, que, diez años después, Conan Doyle se vio obligado a resucitarlo.