En efecto, con la parcial excepción del antiimperialista APRA de los primeros años, los movimientos de la pequeña burguesía que emergieron en los años veinte en diversos países de la América Latina (como el movimiento de los Tenentes que dirigió Prestes en el Brasil o el caso del ibañismo en Chile) sólo reclamaban una ampliación de la participación política, y particularmente de los mecanismos electorales, como táctica para garantizar su incorporación al sistema político existente, sin cuestionar las bases sobre las cuales este reposaba.
Entre tanto, en una aislada región de Colombia, como era El Líbano de aquel entonces, campesinos y artesanos se preparaban para la toma del poder, por la vía armada, con un programa de expropiación y redistribución no sólo de la tierra sino de toda la propiedad privada (1).
(1). Henderson, James David, Origins of La Violencia in Colombia, (Ph. D. Thesis: Texas Christian University) 1972. pp. 48y 49.
Definido así, programáticamente, el movimiento, a pesar de su localizado carácter, (por razones que analizaremos en detalle), iba más allá incluso de los declarados propósitos de la forma más avanzada de lucha campesina en el continente hasta ese momento: la revolución mejicana. No se trataba simplemente de una plataforma por la restitución de tierras, como en el Méjico de Zapata, para la cual los campesinos (ejidatarios) pudieran exhibir títulos legales de propiedad. Se trataba justamente de abolir y subvertir la legalidad existente, que legitimaba la apropiación de trabajo campesino por la clase terrateniente.
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