Reflexiones marianas para cada día del año que nos lleva a encontrar en María el alimento espiritual cotidiano y necesario, con un criterio eminentemente pedagógico ameno y atractivo, para que la vida entera llegue a ser plenamente de Cristo. Pocas veces una mujer habló tan poco y, sin embargo, tuvo tanto que decirle a la humanidad, precisamente, a través de ese silencio. Pocas veces una mujer, inferior y frágil para su cultura, fue capaz de superar los esquemas sociales y asumir con coraje el desafío de lo inexplicable a los ojos de los hombres, exponiéndose a la vergüenza y al desprecio, a la persecución y al exilio. Nunca una mujer tan joven supo afrontar el privilegio por el que todas las generaciones la llamarán "bienaventurada" y, al mismo tiempo, conservar la conciencia plena de no ser más que la humilde servidora del Señor. Nunca una mujer fue capaz de contemplar desde sus mismas entrañas la cercanía del misterio de Dios y, al mismo tiempo, no perder la capacidad de estar cerca también de los que necesitaban su ayuda. Nunca una mujer que había sido elegida directamente por Dios para ser su madre lloró de dolor a los pies de la cruz porque, más allá de todo misterio y de toda promesa, el que acaba de morir era su único hijo. Ensimismado por estos contrastes, a través de estos pensamientos cotidianos, el Padre Milagro nos ayuda a descubrir la grandeza de María, la privilegiada de Dios y, al mismo tiempo, su presencia materna que consuela y anima.
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