No es fácil escribir una novela sobre la locura sin caer en el tópico (el loco como iluminado, como monstruo, como mártir) y sobre todo no es fácil que el resultado sea una lectura entretenida y hasta ligera, mostrando además de forma más o menos veraz la realidad de las enfermedades mentales. Eso es precisamente lo que logra Leonid Andréiev en las novelas breves de "Los espectros", publicadas en 1919.
En esta novela, Andréiev nos traslada a un apacible sanatorio ruso, en el que conviven el elegante Pomerántsev, subjefe de la administración que cree volar con san Nicolás curando a los enfermos; Petrov, obsesionado con llamar a todas las puertas hasta que le abran; el doctor Sheviriov, que dirige la institución con mano compasiva, cuando no está tomando champán en los salones burgueses de la ciudad, o la triste y tímida enfermera enamorada de él.
"Los espectros" no oculta las consecuencias a veces trágicas de la locura (el aislamiento, el sufrimiento o incluso la muerte) pero lo presenta todo con la misma calma que dice reinar en el sanatorio. No es que lo que se nos cuenta sea alegre, pero el tono con el que se nos cuenta es cuando menos desenfadado, ameno, sencillo. Sin romanticismos excesivos ni dramatizaciones. Además, como la obra es breve, deja ganas de más (una sensación preferible en todo caso al cansancio que producen las novelas demasiado largas).
En esta novela, Andréiev nos traslada a un apacible sanatorio ruso, en el que conviven el elegante Pomerántsev, subjefe de la administración que cree volar con san Nicolás curando a los enfermos; Petrov, obsesionado con llamar a todas las puertas hasta que le abran; el doctor Sheviriov, que dirige la institución con mano compasiva, cuando no está tomando champán en los salones burgueses de la ciudad, o la triste y tímida enfermera enamorada de él.
"Los espectros" no oculta las consecuencias a veces trágicas de la locura (el aislamiento, el sufrimiento o incluso la muerte) pero lo presenta todo con la misma calma que dice reinar en el sanatorio. No es que lo que se nos cuenta sea alegre, pero el tono con el que se nos cuenta es cuando menos desenfadado, ameno, sencillo. Sin romanticismos excesivos ni dramatizaciones. Además, como la obra es breve, deja ganas de más (una sensación preferible en todo caso al cansancio que producen las novelas demasiado largas).