¿Qué pasa?
La inflación mina su presupuesto; los inmigrantes presionan sus fronteras; el ingreso se recorta; la seguridad en las ciudades se ve amenazada; la democracia está amañada y la libertad restringida; los prejuicios raciales se agudizan; los acuerdos de libre comercio devoran al país; su gobierno no tiene ideas; se vislumbra en el horizonte una crisis económica, social, ambiental y energética. Todo tiene explicación aquí con un toque sarcástico.
Hace tres mil años.
Los conceptos fundamentales de nuestra vida social datan de hace unos 2,800 años. Durante ese tiempo, la humanidad ha hecho descubrimientos asombrosos, creado un mundo cómodo y moderno extraordinario y ha inventado lo impensable. Sí, hemos domado a las fuerzas de la naturaleza, hemos modificado la faz del planeta. Hemos evolucionado…no, perdón, no.
Es cierto que tenemos vidas más largas y más sanas, pero nuestra vida social en nada ha cambiado. Nuestros cimientos sociales, debatidos en el mundo en sus inicios, siguen poniéndose a prueba. Hemos fracasado. Nuestro entendimiento de la sociedad ideal es tan bueno como el de hace tres mil años. No somos mejores, por lo mismo, nuestra civilización está destinada a desmoronarse como lo hicieron previos imperios, nuestros cimientos son frágiles, en lo que creemos es contradictorio. Estamos perdidos.
¿Dónde nos equivocamos en esa búsqueda por nuestra identidad? De hecho al comienzo mismo, en ese punto de partida donde nos robamos o pedimos prestada la imagen que hoy reivindicamos. Así como usted haría en un mercado callejero, nos probamos ese vestido, ese sombrero, esa bufanda, un par de zapatos y ─¿por qué no?─ unos lentes…espejuelos. Nos gustó todo y nos lo llevamos a casa para usarlo a partir de ese momento. Orgullosos caminamos por la calle mostrando nuestras prendas contrastantes, equívocas. Promovemos esa moda…no, déjenme corregir: imponemos ese estilo en nosotros y el mundo, pero los colores son discordantes y no siempre hay una relación entre la apariencia y la función de nuestra vestimenta y nuestras necesidades.
Al principio, nos gustó ese valor, luego aquel otro. Nunca nos detuvimos a pensar si eran distintos o inmiscibles al grado de la contradicción. Sí, nuestras apreciadas reglas están confrontadas entre sí, con nosotros atrapados en medio, a veces tomando por la derecha, a veces por la izquierda. Lo entiendo, queremos tener lo mejor de la cultura del mundo para hacerla nuestra, para fundirla y que de ahí surja nuestra identidad, pero solamente se puede tener un tipo exclusivo de de traje o uniforme, ambos al mismo tiempo, no. Ninguno de nuestros más arraigados valores puede ser para cada quien y para todos al mismo tiempo. ¿Todos somos líderes? ¿Todos somos ricos? ¿Todos somos libres? Bienvenido a algunas respuestas y muchas más preguntas. Empieza en la página tres.
La inflación mina su presupuesto; los inmigrantes presionan sus fronteras; el ingreso se recorta; la seguridad en las ciudades se ve amenazada; la democracia está amañada y la libertad restringida; los prejuicios raciales se agudizan; los acuerdos de libre comercio devoran al país; su gobierno no tiene ideas; se vislumbra en el horizonte una crisis económica, social, ambiental y energética. Todo tiene explicación aquí con un toque sarcástico.
Hace tres mil años.
Los conceptos fundamentales de nuestra vida social datan de hace unos 2,800 años. Durante ese tiempo, la humanidad ha hecho descubrimientos asombrosos, creado un mundo cómodo y moderno extraordinario y ha inventado lo impensable. Sí, hemos domado a las fuerzas de la naturaleza, hemos modificado la faz del planeta. Hemos evolucionado…no, perdón, no.
Es cierto que tenemos vidas más largas y más sanas, pero nuestra vida social en nada ha cambiado. Nuestros cimientos sociales, debatidos en el mundo en sus inicios, siguen poniéndose a prueba. Hemos fracasado. Nuestro entendimiento de la sociedad ideal es tan bueno como el de hace tres mil años. No somos mejores, por lo mismo, nuestra civilización está destinada a desmoronarse como lo hicieron previos imperios, nuestros cimientos son frágiles, en lo que creemos es contradictorio. Estamos perdidos.
¿Dónde nos equivocamos en esa búsqueda por nuestra identidad? De hecho al comienzo mismo, en ese punto de partida donde nos robamos o pedimos prestada la imagen que hoy reivindicamos. Así como usted haría en un mercado callejero, nos probamos ese vestido, ese sombrero, esa bufanda, un par de zapatos y ─¿por qué no?─ unos lentes…espejuelos. Nos gustó todo y nos lo llevamos a casa para usarlo a partir de ese momento. Orgullosos caminamos por la calle mostrando nuestras prendas contrastantes, equívocas. Promovemos esa moda…no, déjenme corregir: imponemos ese estilo en nosotros y el mundo, pero los colores son discordantes y no siempre hay una relación entre la apariencia y la función de nuestra vestimenta y nuestras necesidades.
Al principio, nos gustó ese valor, luego aquel otro. Nunca nos detuvimos a pensar si eran distintos o inmiscibles al grado de la contradicción. Sí, nuestras apreciadas reglas están confrontadas entre sí, con nosotros atrapados en medio, a veces tomando por la derecha, a veces por la izquierda. Lo entiendo, queremos tener lo mejor de la cultura del mundo para hacerla nuestra, para fundirla y que de ahí surja nuestra identidad, pero solamente se puede tener un tipo exclusivo de de traje o uniforme, ambos al mismo tiempo, no. Ninguno de nuestros más arraigados valores puede ser para cada quien y para todos al mismo tiempo. ¿Todos somos líderes? ¿Todos somos ricos? ¿Todos somos libres? Bienvenido a algunas respuestas y muchas más preguntas. Empieza en la página tres.
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