A la muerte del Rey Salomón, debido a su desobediencia, el Reino fue dividido en dos naciones distintas, Judá en el Sur e Israel en el Norte. Las tribus del norte rápidamente se sumergieron en la idolatría bajo su primer Rey, Jeroboam I. Él guió al pueblo en caminos pecaminosos y virtualmente la mayoría de los diecinueve reyes que le sucedieron siguieron sus pasos. El Señor envió profetas poderosos como Elías y Eliseo para advertirles, sin embargo, ellos no quisieron apartarse de sus malos caminos. Este libro nos revela una verdad solemne que será manifiesta, especialmente en los últimos días. “Se mostrará piedad al malvado, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová” (Isaías 26:10). Porque el amor por la verdad no está en ellos.