En las ciudades de Avilés y Oviedo aparecen en un corto lapso los cadáveres de dos personas que, por el insólito aspecto que presentan, todo parece indicar que han sido asesinadas. La inspectora jefa del grupo de homicidios de la Jefatura Superior de Policía de Asturias y un inspector asignado al grupo de homicidios de la Comisaría de Policía de Avilés se hacen cargo de las investigaciones. Al principio, todo parece estar relacionado con la presencia de una peligrosa banda de narcotraficantes holandeses encargados de la distribución y venta de drogas de diseño, pero la aparición de un tercer cadáver, tres meses después del segundo, al lado de una pequeña capilla en un pueblo del oriente asturiano da con un giro inesperado en las investigaciones, pues el último de los cuerpos encontrados, aunque comparte varias características con los de los dos primeros, ha sido hallado en un en una disposición con un marcado trasfondo religioso Las investigaciones policiales dan con la existencia de una secta religiosa, coercitiva y con un fuerte proselitismo, ubicada en una enorme casa a las afueras de Gijón, y en cuyo líder, ministro de una fraternidad seglar franciscana en la misma ciudad, se centrarán todas las sospechas, entrando la novela en un ritmo trepidante y que terminará con un fatídico e inesperado desenlace.