Detrás de «el Arropiero», un simple vendedor ambulante de golosinas preparadas con arrope, se ocultó el mayor asesino en serie de la historia de España en los años setenta. Manuel Delgado Villegas sufrió maltrato físico y psicológico durante la infancia. Por la dislexia y la tartamudez, le trataban de tonto. ¿Cuándo se origina el criminal en la mente de un individuo con estas características? ¿Halla su venganza en la violencia?
Delgado Villegas había confesado 42 crímenes, más los dos cometidos en El Puerto de Santa María. Años después, revelaría a su abogado cuatro más, lo que hace un total de 48 asesinatos. De ellos se investigaron 22 y se probaron ocho (de los que tenemos la descripción de siete); sin embargo, lo que también se confirmó fue su inimputabilidad, por lo que no fue juzgado sino internado en un hospital psiquiátrico carcelario, situación que se extendería por más de 20 años.
En rigor de la verdad, es imposible precisar cuántos asesinatos cometió realmente «el Arropiero», ni cuál fue su itinerario mientras vagabundeó por España, Francia e Italia. Porque había andado por todas partes: Cataluña, Madrid, Ibiza, Andalucía, la Costa Azul, Roma... Demasiados sitios y demasiadas tentaciones para un asesino en serie... Fue un período de siete años en el que confesó haber cometido casi medio centenar de crímenes amparado en la impunidad de asesinar a desconocidos sin móvil aparente.
El «Arropiero» era, probablemente, lo que los especialistas en criminalística denominarían un «asesino en serie desorganizado», ya que no planificaba sus crímenes de hecho, fueron todos casuales y diferían notablemente unos de otros. Asesinó a varones y mujeres, jóvenes y mayores, en contextos diversos y con métodos variados; aunque en todos prevalecieron la brutalidad y la crueldad. Se comprobó que violó a dos o tres de sus víctimas mujeres después de matarlas.
Su arma letal era una toma de karate que aprendió en su paso por la Legión Española: el golpe del legionario.
En plena investigación por el asesinato de Francisco Marín Ramírez, el 17 de enero de 1971 desapareció también su propia novia, Antonia Rodríguez Relinque, de 38 años, más conocida como «la Toñi». También la mató.
No solo confesó los 48 homicidios y las violaciones que realizó aun después de matar, sino que colaboró con las búsquedas policiales de los cuerpos y se jactó de sus acciones. Nunca se arrepintió de sus crímenes. Entonces... ¿a quién culpaba? ¿Dónde y cómo terminó su vida?
Mente Criminal ayuda a sus lectores a ingresar al mundo de las investigaciones criminales y descubrir las historias reales detrás de los crímenes que conmocionaron al mundo. En sus libros, los lectores siguen paso a paso el trabajo de los detectives, descubren las pistas y resuelven el caso: ¿Cómo se cometieron los crímenes? ¿Por qué los perpetraron? Cada uno de sus libros profundiza en estas preguntas analizando los motivos detrás de los crímenes que hicieron que comunidades enteras vivieran atemorizadas: la verdadera historia detrás de los crímenes que nos hacen enfrentar el lado más oscuro de la naturaleza humana.
Delgado Villegas había confesado 42 crímenes, más los dos cometidos en El Puerto de Santa María. Años después, revelaría a su abogado cuatro más, lo que hace un total de 48 asesinatos. De ellos se investigaron 22 y se probaron ocho (de los que tenemos la descripción de siete); sin embargo, lo que también se confirmó fue su inimputabilidad, por lo que no fue juzgado sino internado en un hospital psiquiátrico carcelario, situación que se extendería por más de 20 años.
En rigor de la verdad, es imposible precisar cuántos asesinatos cometió realmente «el Arropiero», ni cuál fue su itinerario mientras vagabundeó por España, Francia e Italia. Porque había andado por todas partes: Cataluña, Madrid, Ibiza, Andalucía, la Costa Azul, Roma... Demasiados sitios y demasiadas tentaciones para un asesino en serie... Fue un período de siete años en el que confesó haber cometido casi medio centenar de crímenes amparado en la impunidad de asesinar a desconocidos sin móvil aparente.
El «Arropiero» era, probablemente, lo que los especialistas en criminalística denominarían un «asesino en serie desorganizado», ya que no planificaba sus crímenes de hecho, fueron todos casuales y diferían notablemente unos de otros. Asesinó a varones y mujeres, jóvenes y mayores, en contextos diversos y con métodos variados; aunque en todos prevalecieron la brutalidad y la crueldad. Se comprobó que violó a dos o tres de sus víctimas mujeres después de matarlas.
Su arma letal era una toma de karate que aprendió en su paso por la Legión Española: el golpe del legionario.
En plena investigación por el asesinato de Francisco Marín Ramírez, el 17 de enero de 1971 desapareció también su propia novia, Antonia Rodríguez Relinque, de 38 años, más conocida como «la Toñi». También la mató.
No solo confesó los 48 homicidios y las violaciones que realizó aun después de matar, sino que colaboró con las búsquedas policiales de los cuerpos y se jactó de sus acciones. Nunca se arrepintió de sus crímenes. Entonces... ¿a quién culpaba? ¿Dónde y cómo terminó su vida?
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