Kroto Matavacas abrió los ojos y poco le faltó para cagarse encima. De haber ocurrido así tampoco habría alertado a nadie ya que, como es bien sabido, en el espacio nadie puede oír tus pedos.
Las cosas que brillaban no eran estrellas, ni brillantina, ni los focos de un plató, aunque al igual que dichos elementos, era algo que también podría encontrarse en el rodaje de cualquier película de los años setenta; Cocaína a cholón.
Coca, muchísima coca. Cocaína más pura que la virgen María, más grande que el corazón de Jesús y más blanco que el semen de sus santos cojones.
Y si la realidad no era esa, por lo menos así era tal y como él la percibía.
Pese a todo se sentía muy cómodo. Estaba tumbado boca abajo, apoyando su pecho contra el lomo de lo que parecía ser un enorme cerdo con cuernos de reno y alas de murciélago.
Trató de coger aire, fracasando en el intento. Aquello era el espacio exterior, no había oxígeno y, sin embargo, ahí estaba él.
Las cosas que brillaban no eran estrellas, ni brillantina, ni los focos de un plató, aunque al igual que dichos elementos, era algo que también podría encontrarse en el rodaje de cualquier película de los años setenta; Cocaína a cholón.
Coca, muchísima coca. Cocaína más pura que la virgen María, más grande que el corazón de Jesús y más blanco que el semen de sus santos cojones.
Y si la realidad no era esa, por lo menos así era tal y como él la percibía.
Pese a todo se sentía muy cómodo. Estaba tumbado boca abajo, apoyando su pecho contra el lomo de lo que parecía ser un enorme cerdo con cuernos de reno y alas de murciélago.
Trató de coger aire, fracasando en el intento. Aquello era el espacio exterior, no había oxígeno y, sin embargo, ahí estaba él.