La reflexión sobre la temporalidad y la memoria que caracteriza la poesía de Francisco Díaz de Castro sitúa a su personaje frente a una indagación del paso del tiempo como una dialéctica compleja entre la conciencia de la pérdida y la afirmación del instante. Como ha dicho Antonio Jiménez Millán, "a partir de una sensualidad que podríamos llamar materialista, la memoria personal, con sus asechanzas, se diluye en la memoria colectiva para dejar más nítido el perfil de un tiempo compartido". Los claroscuros del balance moral en presente y sin excusas recuperan signos, nombres, músicas, escenarios, tiempo histórico: las huellas de una existencia que justifican el desengaño y la pasión, el homenaje a la vida y la aspiración a un invierno lúcido.