La escena en la que un grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) han quedado a tomar unas cervezas y, absortos en las pantallas, con la cerviz agachada, permanecen whatsappeando cada uno por su lado, se nos ha hecho por desgracia habitual. No es una cuestión que afecte solo a unos pocos. Se nos ha ido de las manos. El riesgo de que nuestra vida acabe fagocitada por los dispositivos móviles es real. Los propios Bill Gates y Steve Jobs limitaban la tecnología que sus hijos usaban en casa. Otros, como Evan Williams, fundador de Blogger y Twitter, les compraba gran cantidad de libros, pero se negaba a que tuvieran un iPad. El cuchillo, como tal, no es ni bueno ni malo. Será bueno su uso si lo utilizamos para partir y repartir el pan, y malo si lo usamos para apuñalar. De forma similar, la tecnología se puede diseñar para enriquecer nuestras relaciones sociales o para que sean adictivas. Con su uso y abuso, somos capaces de unir continentes y de separar sofás. Este libro nos propone, con sólidos fundamentos teóricos y sencillos consejos prácticos, que hagamos un alto en el camino, que experimentemos una sana desconexión para sobrevivir al problema que se nos viene encima, porque en el mundo que llega solo sobrevivirán quienes sepan integrar equilibradamente las enormes ventajas que nos regala el mundo conectado.
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