Desde niño, Ernesto sintió curiosidad por conocer Japón y Nueva York. Ese sueño lo acompaño durante su infancia en una hacienda en la que vivió incontables aventuras. Mas de una vez, ayudo a alguien cuya vida estaba en peligro. Perdió a su padre y tuvo que abandonar sus estudios y trabajar desde joven. Su frustrado primer amor lo empujo a decidir a ser marino y aunque la tarea resulto difícil, logro acostumbrarse a la vida en alta mar. Conoció puertos de Centro y Sudamérica, de los Estados Unidos y Canadá. Su curiosidad lo impulsaba a conocer las personas y a los sitios a los que arribaban. A veces los peligros estaban en el oficio de marinero; un accidente lo llevo al hospital por varios días. Por fin llego al país que soñó conocer, Japón, el cual lo impresiono con su cultura y su historia. La artritis reumatoidal comenzó a afectar sus rodillas; tiempo después su carrera de marino mercante llegaría a su fin. Ernesto recuerda que a través de los años navegando, algunas noches salía a cubierta y miraba en soledad las aguas del mar iluminadas por la luz que regalaba la luna. Levantaba la mirada y veía las estrellas resplandecientes y contemplando ese espectáculo tan hermoso, sentía paz y gozo en todo su ser.
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