Las experiencias de violencia que han marcado la memoria colectiva sobre la historia reciente de nuestro país, hacen parte de estrategias racionalizadas constituidas según los intereses de quienes las asumen, llegando en muchos casos incluso a convertirse en la marca personal o en el "modus operandi" de los grupos armados ilegales. Estos encontraron en las expresiones violentas el medio privilegiado para llegar a los fines de poder, dominio y coerción; en muchos casos aumentar el miedo: proporcional al estado de indefensión y vulnerabilidad de los blancos de ataques, la intervención bélica iba dirigida entre masacres, desapariciones y descuartizamientos paramilitares. De modo que el ejercicio de conocer y reconstruir desde la memoria de las víctimas los hechos generadores de violencia en los departamentos de Magdalena, La Guajira y el Cesar, cobra especial importancia a la hora de darle un significado estructural a su alcance y al reconocimiento implícito a las víctimas. Así, "la mayoría de las veces se presupone y luego se olvida la violencia y su arbitrariedad, como un hecho marginal ocultando en los fines de su uso el sufrimiento y vulneración de las víctimas" (Arendt, 2005).
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