Jamás nadie imaginó que nos fuera a tocar vivir algo como lo que estamos padeciendo con esta pandemia de COVID-19 producida por el virus SARS-CoV-2. Ni hubo tampoco quién fuera capaz de predecir lo que vendria cuando a finales de 2019 empezaron los primeros casos de una rara enfermedad viral en Wuhan, China. Ni siquiera cuando el 11 de marzo del 2020 el director de la Organización Mundial de la Salud -OMS- Tedros Adhanom Ghebreyesus declaró que se trataba de una pandemia llegamos a sospechar su magnitud. Al momento de escribir estas notas es claro que nos encontramos frente al mayor desafío sanitario, económico y socio-político que nos ha tocado y posiblemente nos toque vivir a las actuales generaciones. Y que su fuerza avasalladora está removiendo los cimientos de nuestra manera de ver y vivir la vida, organizarnos en sociedad, relacionarnos los unos con los otros y con las demás especies, y enfrentar las enfermedades y la muerte. Por creer en la importancia de compartir con los lectores, y sin ninguna pretensión de enseñar o ser un caso diferente a los millones de casos de esta pandemia, me atrevo a compartir tanto mi vivencia como las reflexiones iniciales de las columnas periodísticas. Aunque primero escribí las columnas, empiezo estas notas con la vivencia y luego las incluyo al final. Me gustaría que este atrevimiento personal estimulara a otros y otras a compartir también sus vivencias y reflexiones. Es posible que de ese conjunto de ideas y experiencias compartidas surjan algunos elementos para entender y enfrentar mejor la situación y sobre todo para vivir y disfrutar mejor la vida tanto mientras dura como después de la pandemia. Y esto sí amerita y justifica cualquier esfuerzo.
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