En Cuba se vive de cara al mar. La línea del horizonte es la frontera natural, omnipresente. Del mar llegaban los galeones con las bodegas desbordadas de la savia que inyectaban a una ciudad que esperaba ansiosa para alimentarse y seguir edificando quimeras. Arropaba en su útero portuario a los barcos que venían desafiando las mayores contingencias del momento, para tomar un respiro e intentar el salto transoceánico, casi inconmensurable. Muchos lo consiguieron, otros naufragaron. Palabra mágica naufragio evocadora de tesoros, valor y muerte. Hombres de talla cósmica desdibujaban una y otra vez los límites geográficos conocidos y su acontecer cotidiano era una gesta. De ellos, sobre todo, se habla en este libro.
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