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A Niño Pez lo abandonaron a su suerte en un pantano, cerca del mar, y desde entonces vive en una caja de cartón. Trabaja en la lonja, al servicio de las burdas mujeronas del puerto, entre carcasas de crustáceos desbullados y restos de pescado podrido. Su vida da un vuelco el día en que, creyendo haber cometido un crimen, se ve forzado a embarcar de polizón en un barco de arrastre tripulado por un delirante hatajo de freaks y renegados: John, un gigantón que lleva tatuadas las cartas náuticas que le ayudarán a reencontrarse con su escurridiza amante; el señor Watt, el sabio y repulsivo timonel,…mehr

Produktbeschreibung
A Niño Pez lo abandonaron a su suerte en un pantano, cerca del mar, y desde entonces vive en una caja de cartón. Trabaja en la lonja, al servicio de las burdas mujeronas del puerto, entre carcasas de crustáceos desbullados y restos de pescado podrido. Su vida da un vuelco el día en que, creyendo haber cometido un crimen, se ve forzado a embarcar de polizón en un barco de arrastre tripulado por un delirante hatajo de freaks y renegados: John, un gigantón que lleva tatuadas las cartas náuticas que le ayudarán a reencontrarse con su escurridiza amante; el señor Watt, el sabio y repulsivo timonel, viscoso y supurante, nacido con todo lo de dentro fuera; Lonny, aficionado a las hachas y a descalabrar cocineros; Ira Dench, un tipo de lo más agorero que ve venir cada dos por tres la ola gigante que pondrá fin a sus desvelos; el Jefe de Máquinas Harold el Negro, una suerte de enigmático Vulcano, con sus fieles esbirros de las calderas; una pareja de fugitivos engrilletados que se pasan todo el día conspirando y pisándose al hablar; el impertérrito cadáver descompuesto del sheriff que los apresó; un idiota de tomo y lomo, un cocinero inepto (y, para mayor escarnio, poeta) y un llorica que, por lo que sea, solo sabe decir «mierda». En una travesía repleta de fantasmas, tempestades, barcos naufragados y monstruos abisales, Niño Pez tratará de expiar su culpa y llegar a su destino de una pieza.
Autorenporträt
Mark Richard, de ascendencia cajún-creole-francesa, nació en Luisiana y pasó buena parte de su infancia en hospitales para niños tullidos. Debido a la deformidad de sus caderas le dijeron que a partir de los treinta estaría condenado a vivir en una silla de ruedas. No fue así. El día que los cumplió le pilló haciendo autostop para mudarse a Nueva York y ser escritor. No lo tuvo fácil. Su padre, un hombre violento e impredecible, les abandonó una noche de borrachera. Sus motivos: la mala tierra, una mujer triste, varios bebés perdidos, un hijo «extraño» y la marcha del general Sherman. A los trece Mark se convirtió en el locutor de radio más joven del país. Abandonó sus estudios, se metió en problemas y se pasó tres años faenando en barcos pesqueros. Fue fotógrafo aéreo, pintor de brocha gorda, camarero e investigador privado. Asistió al taller literario de Gordon Lish, que le compró un gorro de artillero forrado de lana para sobrevivir al duro invierno de Nueva York y le publicó su primer libro de cuentos. El libro se vendió poco, pero después de que la editorial le transmitiera su poca fe, Norman Mailer le entregó el PEN/Hemingway Foundation Award y Barry Hannah le llamó para dar clases en Oxford, Mississippi. Por las noches se acercaba con su perro a la vieja casa de Faulkner y se asomaba a las ventanas esperando ver fantasmas. Un día, al volver de su paseo, se encontró a Larry Brown sentado en la mesa de la cocina, fumando y bebiéndose su bourbon. En el Sur nadie cierra la puerta de atrás. Al verle, Larry simplemente le dijo: «Hey». Actualmente vive en Los Ángeles con su mujer y sus tres hijos. El día de su boda se dio cuenta de que había conocido a todos sus amigos en bares. Es autor de dos colecciones de relatos, una novela y un libro de memorias.