Hay condenas que, aunque pasen inadvertidas para el resto, pueden marcar al condenado de por vida. El protagonista de esta historia, igual que muchos, ha dejado de cantar porque alguien le ha dicho que tiene oreja de tarro. Pero, como bien dijo un pensador -que de esto sabía muchísimo-, sin música la vida sería un error. Cosme, entonces, contra viento y marea, emprende un largo viaje al encuentro de su propia voz (de su propio canto). Y, de la mano de Aline, vuelve poco a poco a ser lo que todos siempre fuimos: músicos por naturaleza.
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