¿Sabes cuando por fin consigues que tu vida, más o menos, funcione? Ya has acabado tus estudios y tienes un currículum académico más largo que los créditos de una peli de Spielberg, has pasado por un montón de trabajos precarios mientras tu madre se quedaba afónica de repetirte lo bien que te iría si te sacases unas oposiciones, te han puteado una y mil veces, aunque te hubiesen prometido el oro y el moro, como a La Veneno, has pagado a precio de aguacate de oro el metro cuadrado de tu piso de alquiler, has adelgazado doce kilos y has recuperado trece, te has reinventado una y otra vez, como Madonna, te han roto el corazón en más ocasiones de las que quieres recordar, y has llorado en chándal cual Chenoa. Y, de repente, el día menos pensado te das cuenta de que ya está, que ya pasó, y que por fin las cosas empiezan a irte bien ¿Has tenido alguna vez esa sensación? Pues imagínate que tu vida, por fin, comienza a encajar, todo está en su sitio y sientes que brillas. Pero sin saber cómo ni por qué, alguien decide joderte. A ti. Sí, a ti. Y tú, en vez de quedarte quieta y callada, dices que nanai, que por ahí sí que no pasas, que tu trabajito te ha costado y que no vas a permitir que nadie se cargue lo poco que has conseguido levantar, así, de un manotazo. ¿Sabes lo que te van a decir si haces eso? ¿Si te rebelas? ¡Que menudo escándalo, bonita!