Hacer educación requiere un proyecto guiado por una racionalidad, unos argumentos que lo hagan plausible ante los que deben llevarlo a cabo y apoyarlo, así como una voluntad pactada que lo impulse. La educación tiene que ser transparente y expresar la consciencia y los deseos de una sociedad, lo que no es fácil en las condiciones actuales. Este trabajo propone al lector realizar un recorrido clarificador e inquietante por algunas de las inseguridades, contradicciones, esperanzas y desencantos que afectan a los sistemas educativos, a las prácticas escolares y a los agentes de la educación en estos tiempos de complejos cambios sociales, políticos y culturales. La idea de que, a través de la escolarización, la educación contribuye al progreso material, social, intelectual y moral ha formado nuestra particular consciencia. Un optimismo que es necesario apoyar y revitalizar. Una esperanza que ha sido anclada en los ideales de igualdad, en el valor redentor de la cultura universalizable, en la acción de profesionales competentes y en el insustituible papel del Estado como garante de los intereses de la sociedad y de los derechos de los ciudadanos. Las ideas-fuerza que sirvieron de fundamento a los sistemas escolares modernos, y a las prácticas contenidas en ellos, han sido erosionadas y trastocadas. No queremos olvidar algunas de sus apoyaturas; otras las hemos desgastado y ahogado en las rutinas. En ocasiones, tratando de corregir errores, se han cometido excesos. Argumentos aparentemente nuevos nos proponen regresar al pasado. Por todo ello, conviene repasar nuestros convencimientos y seguridades.